martes, 3 de julio de 2018

Ls sesenta y los puntos que se quedaron suspensivos





Los Finales de los 70 se fumaban los últimos humos de una década maravillosa.Desde los 15  a los 19 años pude disfrutar de un ciclón cultural único.Casi podría decir que era como una ruta, una especie de Camino de Santiago para santiguarse en el Di Tella con la bendición previa de la Galería del Este con escala por Bar o Bar.

Seguramente la inminencia de decidir la carrera a seguir, me revolucionaba todos los instintos y eso me hacía, no sólo devorar libros que iban desde lo mas urbano con letra de Gudiño Kieffer, Borges , Dalmiro y Cortazar y tantos tantos tantos ,al existencialismo positivo de Nicola Abbagnano y Sartre...y tantos tantos..
El combate interno se daba en varios rounds sin que se pudiera adivinar al ganador. Por un lado brotaban las improntas que me había dejado Nestor García Rossi a los 6 años y tan fuerte pegó el cross que aún recuerdo el aroma de los óleos y aceites de trementina.
Por otro lado, siempre me había gustado jugar con los espacios, como si el hecho de ponerle techo a lo que fuera, descifrara el mejor truco de magia, algo tan simple como abrir una sombrilla junto al mar...y traer la sombra como compañera de silencios y también buenas melodías con brisas y murmullos.
La arquitectura es una carrera de luces y sombras, no es profesión a la que recurra alguien que le duela una pared tal si fuera un pre molar y no pocas veces nos metemos en el tandem de los concursos apostando a amortizar sueños ancestrales. En mi caso, siempre prevaleció el jugar con los espacios con efecto de anticipación y simulación, algo para lo cual la computación gráfica me vino de perlas para sumergirme en un océano de sensaciones en cuyos mejores casos pude verificar que las sombras arrojadas venían generadas por ideas bien iluminadas y siempre supe fusionar la libertad creativa con la maestría ajena, principalmente la de Mies, Niemayer , Aalto y muy especialemente el portugués Alvaro Siza.
Aquellos tiempos empujaban demasiado hacia el tablero y la obra.

Volviendo a aquellos últimos años de los sesenta, se me representa como  haber estado haciendo auto stop dentro del ojo de un huracán. Los movimientos eran generados en el propio Di Tella donde pude disfrutar y participar de seminarios con Romero Brest, Juan Pruden, Tato Pavlovsky .

El sicodrama se anunciaba como impulsor del psicoanálisis grupal y  una sociedad tan compleja, con un ADN tan ecléctico necesitaba estirar las piernas sobre un infinito diván.

No era de extrañar el hecho de que el teatro y el psicoanálisis vertieran confluencia.
Tampoco era tan fácil tener 17 años entre quienes casi me duplicaban en edad, no voy a negar que lo de consentido me acomodaba en la circunstancia, pero, principalmente la necesidad de aprender me llevo a lograrlo de muy buenos maestros, no sólo en la pintura, la filosofía y el teatro, sino también en la fotografía que también tenía su templo en el Fotoclub Buenos Aires situado en el pasaje Barolo.

Los viernes fueron mas que especiales y retomo la importancia del Di Tella porque como fotógrafo ad honorem del instituto, pude disfrutar del nacimiento de figuras fantásticas, tal el origen de Les Luthiers, por entonces I Musicisti llevado de la mano de Jorge Shusheim, Jorge de la Vega, Marikena Monti, Nacha Guevara y un detalle muy especial..era de puertas abiertas, o sea gratuito y Buenos Aires se expandía en vibraciones que hoy podríamos denominar de feedback porque era una

realimentación absoluta entre el dar y recibir bajo una efervescencia creativa que no se detenía y recorría las calles adyacentes , con mas que frescura.

El Di Tella fue una verdadera lanzadera de artistas, muchos de los cuales expandieron éxito mas allá de las fronteras y en no pocos casos, pateados por la creciente y endemoniada estructura de poder que iba cerrando el lazo militar.
Esa libertad transgresora, rica y divertida, iba quedándose sin burbujas en un vaso de anónima soda.

No sólo era el Di Tella,también el teatro San Martín vibraba como un  verdadero crisol de luces que iban desde lo clásico a lo mas contemporáneo, sumando las salas que recorrían el tejido urbano. Abierto por la avenida Corrientes y también sumergido en el underground de un off Brodway porteño, destacando en transgresión la Botica del Angel de la mano de Bergara Leuman .


El humor fue siempre un gran protagonista, aguantador hasta en la peores circunstancias y nadie como Tato Bores llegaba retratar las improntas de lo que pareciera haberse detenido en el tiempo.Había puntos de enlace entre Tato y la creatividad que desfilaba por su programa en que desbordaba la acidez del Gordo Peralta Ramos y la música de Piazzola dando fondo al trepidante ritmo de Tato.


Creo que hasta el propio tango se adaptó al otro ritmo de la ciudad y se hacía mas que necesario ilustrar la modernidad de una sociedad inquieta . Fueron Piazzola y las letras de Horacio Ferrer las que pusieron por Dios a un loco lindo mientras Quino desde el barrio de San Telmo nos ponía bajo reflexión a través de la linterna filosófica de Mafalda.


Lo que mas recuerdo eran mis sitios  y mis lugares en movimiento, con no poca contradicción entre la contención pequeño burguesa y la solemnidad de una urbe que no necesitaba de clases.

Hace un par de años, visité uno de mis sitios, exactamente donde se encuentra la Galería del Este, adosada al ex Insituto Torcuato Di Tella. Ni la tristeza ya tenía gesto para expresar siquiera lo que una foto rota permite adivinar. La gran escultura de Kosice desparramando aguas sobre el codo de un recorrido que por entonces se pobló de espíritu hippie, tal Madamme Fru Fru, el agujerito, Carreras..Tan gris como la que fue entonces el gran centro comercial de Galerías Santa Fe.Pueda que la palabra shopping se haya apoderado de algo mas que una tendencia.

Es común decir..aguante tal y cual...pero me da que aquella noche de viernes, cuando las tanquetas quebraron los cristales del Di Tella, no solo fue vidrio roto, sino que tal vez se rompió algo mas esencial que un escaparate..

Me gustaría pensar que los fantasmas del Aula Villalobos donde Ginastera, Piazzola y el Mono Villegas traficaban con los bemoles , las fusas y las musas, se volverán a encontrar en algún sitio y pueda que mientras tanto estén buscando ombligo y ahí, Sí, la gran asignatura del encuentro termine fundiendo grietas, porque caso contrario se corre el riesgo de que hasta la propia Mafalda termine en un panteón y nadie quiere, a pesar de todo, que quede en destrucción lo que el buen tiempo edificó.