HISTORIA INVERSA
Muy próximo a la obra que dirigía, me llamaba la atención un ático del que destacaba un espacio aventanado , a través del cual se percibía un mobiliario estilo inglés , entre victoriano y eduardiano .Entre dos puerta ventanas, estaba situado un mueble secreter con el típico cierre de persiana curva.
Me gustaba como el sol mañanero se introducía en ese
espacio , destacando la madera en contraste con las paredes forradas en un
velvet color verde inglés .
La terraza circundante de ese ático,
tenía una disposición de jardineras que armonizaban con el
interior. Una hamaca doble con una especie de baldaquino, transmitía
el sentido del disfrutar de un movimiento sin sentido , pero,
totalmente agradable. Me gustaba especialmente el control de
soleamiento por medio de postigos de madera satinada.
Las ventanas
de cristal repartido le daba ese carácter de chalet inglés
, un buen acierto para darle identidad y estilo .
Trataba de imaginarme quienes vivirían ahí, algo me decía que podría tratarse de un matrimonio mayor , amantes de la lectura. Hasta se me proyectaba una mujer pintando en esa terraza en atardeceres de verano. Al hombre, me parecía adivinarlo como un viajero de la marina mercante que finalmente decidió el dique seco, para plasmar memorias de puertos y mares.
Tal vez, haya influido el ver un timón de caoba decorando una pared .
Tras mi descanso en la terraza,
donde aprovechaba para un almuerzo rápido, muchas veces compartiendo
asado con los operarios, volvía a la revisión de lo que serían
espacios ocupados por los transeúntes temporales que inaugurarían
el hábitat para crear familia, otros, en su momento partirían bajo
acuerdo o desacuerdo tras la aventura matrimonial. Las habitaciones
serían testigos de gritos y de amores, o de amores con gritos,
amortiguados por dobles tabiques medianeros.
Otras, serían
cómplices de críos avanzando hacia la pubertad y de esta , hasta la
adolescencia .
Un día, subí a la terraza a primera hora y
por fin se reveló la presencia humana en el vecino ático. Un hombre
mayor con una bata de seda sentado frente al secreter. A su lado, una
pequeña mesa con el desayuno. Nunca se me hubiera ocurrido
transformar una rutina de revisión de obra , en la proyección de
una película estilo Nouvelle vague.
Me preguntaba que era lo que
me llevaba a interesarme por ese espacio atravesado por la luz
mañanera, en que un hombre al que no acompañaba nadie y se pasaba
escribiendo, me transmitía una envidia proyectada hacia el futuro.
No había una mujer dedicada a la pintura, ni tardes compartidas en
esa hamaca. Solo, un hombre solo navegando su soledad que repetía
minuciosamente la rutina cada mañana, a la misma hora, en el mismo
minuto y con el detalle , previo al escribir, de besar el porta
retrato de quien quiero imaginar, es la pareja con quien ya no puede
compartir la hamaca de la terraza y posiblemente, la primer lectora
de sus escritos.
Había llegado el final de la edificación y
todo estaba listo para entregar los pisos a sus propietarios.
Subí
hasta la terraza para despedirme en forma invisible de aquel escritor
.
Me encontré escribiendo delante del secreter y no se
porqué, sentí que alguien me estaba espiando, giré la cabeza y vi
a un joven en la terraza de la obra de al lado.
Lo saludé como si
lo conociera de hacía mucho tiempo , respondió con la mano y se
fue.
Me senté en la hamaca junto a Annemarie y comenzamos a
balancearnos