domingo, 30 de julio de 2023

HISTORIA INVERSA



 





Muy próximo a la obra que dirigía, me llamaba la atención un ático del que destacaba un espacio aventanado , a través del cual se percibía un mobiliario estilo inglés , entre victoriano y eduardiano .Entre dos puerta ventanas, estaba situado un mueble secreter con el típico cierre de persiana curva.

Me gustaba como el sol mañanero se introducía en ese espacio , destacando la madera en contraste  con las paredes forradas en un velvet color verde inglés .
La terraza circundante de ese ático, tenía una disposición de jardineras que armonizaban con el interior. Una hamaca doble con una especie de baldaquino, transmitía el sentido del disfrutar de un movimiento sin sentido , pero, totalmente agradable. Me gustaba especialmente el control de soleamiento por medio de postigos de madera satinada.
Las ventanas de cristal repartido le daba ese carácter de chalet inglés



, un buen acierto para darle identidad y estilo .
Trataba de imaginarme quienes vivirían ahí, algo me decía que podría tratarse de un matrimonio mayor , amantes de la lectura. Hasta se me proyectaba una mujer pintando en esa terraza en atardeceres de verano. Al hombre, me parecía adivinarlo como un viajero de la marina mercante que finalmente decidió el dique seco, para plasmar memorias de puertos y mares.
Tal vez, haya influido el ver un timón de caoba decorando una pared .


Tras mi descanso en la terraza, donde aprovechaba para un almuerzo rápido, muchas veces compartiendo asado con los operarios, volvía a la revisión de lo que serían espacios ocupados por los transeúntes temporales que inaugurarían el hábitat para crear familia, otros, en su momento partirían bajo acuerdo o desacuerdo tras la aventura matrimonial. Las habitaciones serían testigos de gritos y de amores, o de amores con gritos, amortiguados por dobles tabiques medianeros.
Otras, serían cómplices de críos avanzando hacia la pubertad y de esta , hasta la adolescencia .

Un día, subí a la terraza a primera hora y por fin se reveló la presencia humana en el vecino ático. Un hombre mayor con una bata de seda sentado frente al secreter. A su lado, una pequeña mesa con el desayuno. Nunca se me hubiera ocurrido transformar una rutina de revisión de obra , en la proyección de una película estilo Nouvelle vague.
Me preguntaba que era lo que me llevaba a interesarme por ese espacio atravesado por la luz mañanera, en que un hombre al que no acompañaba nadie y se pasaba escribiendo, me transmitía una envidia proyectada hacia el futuro. No había una mujer dedicada a la pintura, ni tardes compartidas en esa hamaca. Solo, un hombre solo navegando su soledad que repetía minuciosamente la rutina cada mañana, a la misma hora, en el mismo minuto y con el detalle , previo al escribir, de besar el porta retrato de quien quiero imaginar, es la pareja con quien ya no puede compartir la hamaca de la terraza y posiblemente, la primer lectora de sus escritos.

Había llegado el final de la edificación y todo estaba listo para entregar los pisos a sus propietarios.
Subí hasta la terraza para despedirme en forma invisible de aquel escritor .

Me encontré escribiendo delante del secreter y no se porqué, sentí que alguien me estaba espiando, giré la cabeza y vi a un joven en la terraza de la obra de al lado.
Lo saludé como si lo conociera de hacía mucho tiempo , respondió con la mano y se fue.
Me senté en la hamaca junto a Annemarie y comenzamos a balancearnos